Encontrar sin buscar. Dejarse llevar por el infinito que habita dentro. Sumergirse en uno mismo para explorar el vacío que entre célula y célula, se esconde como un velo invisible. No lo vemos porqué nunca miramos allí con los ojos sutiles.
Y allí dentro, donde parece no haber nada, resulta que de repente aparece un destello humilde que insinúa algo magnífico.
Y siguiéndolo me invita adentrarme más y más en lo invisible, en la nada, en el vacío absoluto que se esconde entre los átomos de mi propio cuerpo.
Y allí está. Como un inmenso agujero negro. Me transporta a un Universo infinito que yo creía externo. A Galaxias y estrellas perdidas que están tan vivas que deslumbran a la propia luz.
Y Entonces lo siento. Siento un Amor inconmensurable que me rebosa por cada poro de la piel.
Entiendo que eso es Dios. Un estado de Gracia momentáneo que me hace experimentar algo no humano.
Esa Gracia resurge como un volcán desde ese universo escondido, atraviesa el vacío para llenar todo mi Ser. Cada célula, cada órgano, cada poro de mi piel se emociona con esa explosión de Amor infinito. Nunca mejor dicho. Porqué procede del Infinito. De un infinito fractal, que permanece camuflado bajo la útlima capa de mi Ser.
MI corazón se asemeja a un vórtice, un portal que da paso hacia ese estado. Desde allí se conecta con ese vacío repleto de Amor. Es la válvula que da acceso.
Ahora si entiendo. La frase ‘todo está dentro’ cobra un nuevo sentido. Una sonrisa perenne me acompaña todo el tiempo. La Felicidad sí existe. Se llama Gracia. Y está dentro. Muy adentro.
Esther Beltrán
20/2/2015